No podemos elegir las cartas que nos tocaron en la vida, lo que sí podemos es elegir como jugarlas – Anthony De Mello
Muchas mujeres se sienten incapaces frente a las circunstancias adversas que les presenta la vida y, esperan que alguien vaya a rescatarlas de las eventualidades que pueden surgir.
¿Alguna le resuena? Quien se coloca en el papel de víctima, en el rol de pobrecita yo, todo me pasa a mí, se autogenera debilidad, dependencia, incapacidad y baja valoración personal.
Las mujeres que buscan apoyo en el afuera, que no tienen conciencia de sus recursos internos, se sienten desvalidas. Están pendientes de que “el otro”, sea amigos, padres, maestros, hermanos, pareja, les proporcione la solución a sus conflictos.
Cuando buscamos ser salvadas por otros nos colocamos en un lugar de impotencia, en el rol de víctimas.
Una de mis maestras me enseñó que, la persona que siempre está ubicada ahí, es probable que obtenga un beneficio oculto. Puede ser que logre ser el centro de atención, que nadie le pida nada, que todos estén pendientes, que nadie la moleste, que se sienta compadecida, o… La víctima manipula al entorno de forma consciente o no.
Sentirse sin capacidad para resolver los imprevistos disminuye la autoestima, ejerce un efecto negativo en nuestro bienestar y nos pone en desventaja frente a lo cotidiano.
La víctima se instala en una zona emocional conocida y cómoda, aunque ineficaz. Para correrse de ese lugar es preciso un trabajo interno que requiere decisión firme, tiempo y dedicación.
La capacidad de hacerle frente y hacernos cargo de los desafíos que se presentan viene del conocimiento de nuestro poder interior. Somos seres fuertes, luminosos, capaces. Cuando lo perdemos de vista, entramos en dudas, miedos, inseguridades: víctimas.
Esta máscara termina por aislarnos o por atraer la misma negatividad que emitimos. La gente de nuestro entorno se cansa de escucharnos, se aburre de oír siempre la misma queja. Solo permanecen a nuestro lado las personas con igual calidad de energía. Entramos en conversaciones donde los participantes compiten por ver quién es el que está peor.
Las tristezas y desventuras son parte de la vida. Es bueno tener compañía, apoyo, sostén y comprensión de nuestros afectos en esas circunstancias. Lo que no resulta saludable es permanecer en el sentimiento de no puedo conmigo y lo que me sucede.
Cuando tomamos conciencia de esta conducta lo primero que sugiero es hacer un autoanálisis profundo, sincero y preguntarnos ¿Qué ventaja obtengo? La respuesta es la clave para comenzar a trabajar. La siguiente pregunta es ¿De qué otra forma puedo conseguir el mismo beneficio? A veces no podemos hacerlo solas y es necesario buscar ayuda profesional.
Hay muchas conductas más honestas y sanas para satisfacer nuestras necesidades, ya sean de orden emocional o práctico.
Desplegar todo el potencial, desarrollar el poder personal y practicarlo a diario aumenta nuestro bienestar.
Vivir en plenitud no depende tanto de las circunstancias, sino, en especial, de la forma de pensar, sentir y actuar. Siempre estamos eligiendo cómo reaccionar frente a lo que nos sucede, como víctimas, o como los seres fuertes que somos, con todas las capacidades innatas y adquiridas.
Pensarnos, sentirnos poderosas y vivir la vida que merecemos es nuestra elección.
Adriana Francia