Alejandra Naughton.
Directora de empresas de Grupo Supervielle.
Si bien The Post es una película que habla de la libertad de prensa, particularmente me sentí atraída por los dilemas de su protagonista: Kay Graham, dueña de The Washington Post. Creo que muchas de las escenas que narra el film son más que aleccionadoras acerca del desafío que tenemos las mujeres a la hora de ocupar nuestros espacios.
Aún siendo hija del fundador del diario, Eugene Meyer, sólo alcanzó su máxima posición luego que falleciera su padre y se suicidara su marido, Philip Graham. Sí… porque al elegir sucesor, su padre interpretó que su yerno estaba más preparado que ella para ocupar la posición. Por otra parte, obviamente, ¿quién más debía ocuparse de la educación de sus hijos? Para ella eso fue totalmente normal, dice en su libro autobiográfico: “(…) nunca me pasó por la cabeza que mi padre me viera como alguien que pudiera haber desempeñado un papel importante en el periódico”.
El camino corporativo no le fue fácil. Para atravesarlo tuvo que apelar a su pragmatismo, también a su carácter. Viuda, incorporada a una institución donde no se la reconocía, en un ambiente dominado por hombres, le tocó impulsar a la compañía a la apertura de su capital en la Bolsa. Estudió minuciosamente los prospectos, analizó todos y cada uno de los números, todas las cláusulas legales. Su asesor por momentos le sugiere que exagera, pero ella sigue, sabe que tiene que estar perfectamente preparada para ser escuchada, practica, ensaya sus intervenciones previamente.
En una escena, se la vé entrando a una enorme sala llena de trajes oscuros y corbatas, acompañada de su asesor. Se escucha cómo los banqueros pujan por llevar el precio de las acciones al rango bajo, cómo rápidamente ella hace cálculos, titubea tratando de expresar que es mucho lo que el diario sacrificaría a esos precios. Todos hablan más fuerte, no logra hacerse escuchar a pesar de su tesón en la práctica previa. Finalmente, se resigna. Abre su cuaderno, busca la hoja exacta en la que había anotado en sus ensayos lo que quería decir. La cámara se posa en su manuscrito que ella inclina para que lo vea su asesor, quien baja la mirada, lee y dice (sin mencionar siquiera que es ella quien le acerca el contenido) con voz firme que sí es escuchada: “la calidad impulsa la rentabilidad”. A pesar de tener ella todo claro, sólo él logra en la jungla impulsar el mensaje. No le quedó alternativa que ser pragmática. También tuvo carácter. La circunstancia no la amilanó. Aprendió de la experiencia, siguió adelante.
Tantísimas otras escenas la muestran en situaciones que hoy se denominarían de “mansplaining” donde se la trata de convencer de que ella no entiende lo complejo de la situación, que debe ser más prudente. Ella, escucha, con piel de rinoceronte no deja que la manipulen, y sigue adelante fiel a su convicción. Hay una escena, donde es anoticiada de que de continuar con la publicación de los contenidos clasificados pone en riesgo al diario y a su libertad. Acorde con la época, esta vez la cámara capta cables de teléfonos, varias personas en la línea superponen sus voces. Pero todos los cables conducen a ella. Y ella, en el centro, escucha a todos. Finalmente, le pide opinión a su asesor y él le contesta: “reconozco que hay argumentos para ambos lados pero … yo no publicaría”. Las voces se aquietan y dan paso al silencio, se observa en primer plano su rostro, sus ojos brillan (qué actriz Meryl Streep…) y finalmente dice: “Sí… sí….vamos… vamos….publiquemos, publiquemos”.
Y es exactamente con ese hilo de voz titubeante y firme a la vez, que lo que parecía imposible, sucede. Para el diario, para ella, para muchas mujeres que encontramos en su gesto, inspiración.
Pd. La versión completa de esta reseña se encuentra publicada en el siguiente link: https://alejandranaughton.blogspot.com/2018/05/meryl-streep-como-kay-graham-en-post.html?showComment=1611277286353